La obra del artista antioqueño Mauricio Jaramillo plantea permanentemente la tensión entre el paisaje natural y la amenaza latente de la intervención humana.

El cemento es un material que ha estado muy presente en la vida de Mauricio Jaramillo. A medida que crecía en un barrio de Medellín, su casa también crecía con él: se iba construyendo cuando su familia podía hacerlo. Si había recursos, se adelantaba una parte más; pero ese espacio parecía estar en puntos suspensivos permanentemente y por eso quedaban a la mano el cemento y otros elementos de construcción para pañetar, pintar, levantar muros. Esos materiales permanecían ahí, al alcance del entonces niño que quería experimentar con ellos. 

A su vez, Jaramillo tenía contacto constante con la naturaleza. Iba con frecuencia a su pueblo natal, Nariño, Antioquia, y mientras visitaba a sus abuelos, a su familia en general, encontraba un oasis de la ciudad. En Medellín vio cómo en el Valle de Aburrá la naturaleza se iba mezclando con casas, edificios, puentes, que se levantaban con rapidez.

Esas dos experiencias de niño y adolescente han marcado hoy su trabajo como artista: la naturaleza y la arquitectura. Después de un fugaz paso por el diseño gráfico, comenzó a estudiar artes y en la Universidad de Antioquia vio las múltiples posibilidades del lenguaje para expresar lo que quería decir. La academia fue un choque para él, para cuestionarse su posición y su interés como artista. Empezó a hacer trabajo de campo, a caminar las calles, a tomar fotos de edificios, a aproximarse a lugares que quedan en las afueras de Medellín.

Así surgió, por ejemplo, Paisajes contingentes donde se ve el contraste entre lo urbano y lo rural. A poca distancia de una reserva natural encontró una malla electrosoldada que daba fe de una urbanización que se estaba construyendo. La serie consistió en que ese pequeño elemento, ese fragmento producido por el hombre, “posara” en medio del paisaje natural. Esa leve tensión entre la evidente amenaza humana y un escenario que seguramente se verá afectado, irónicamente luce plácido, tranquilo, confortable. 

Intersecciones, a partir del acrílico sobre microcemento, pone también de manifiesto el cruce del paisaje con la arquitectura. Edificios en construcción invadidos de árboles o, tal vez, al revés. Nuevamente queda en evidencia cómo la naturaleza se permea por nuevas materias. En su trabajo de grado, el espacio expositivo estaba invadido de árboles, ramas, hojas, obligando al visitante a moverse entre esa naturaleza que incomodaba el tránsito normal de un “cubo blanco” hecho para ver arte. Antes de una sala de exposición, donde hoy luce un edificio de una facultad universitaria, estaba esa misma naturaleza. 

En su serie Otros Horizontes, nuevamente se plasma este contraste: a partir de lozas de concreto crea estos paisajes montañosos, que se van alterando con una escala tonal de grises, donde plasma una conclusión demoledora: el paisaje no cambia; lo que cambia es la materia. Aquí la naturaleza sigue manteniendo esa forma reconocible a los ojos -las montañas conservan sus formas- pero el verde da paso al color lúgubre de ese material creado por el hombre. 

En la Feria del Millón Medellín de 2021, encontró que cerca de una reserva natural en el oriente antioqueño, se está planteando un proyecto urbanístico. En esta oportunidad tomó fotografías de micro paisajes de esa reserva y sobre ellas sobrepuso los planos de dichos proyectos. El espectador veía a primera vista una “postal” de la naturaleza, pero al acercarse, se topaba con esos dibujos arquitectónicos que ahora son una amenaza. 

La tensión permanente entre lo natural y lo artificial queda ahí nuevamente en evidencia, siempre de manera sutil, sin que su obra se vuelva una denuncia obvia, sino que deja que el espectador se confronte ante una imagen que puede ser placentera pero que esconde una inocultable realidad. Construir “obras” se convierte aquí en lo opuesto: una silenciosa advertencia -una más- de que el planeta se desmorona lentamente.

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